Una mirada al pasado para intentar tener un futuro
Parece prácticamente confirmado que Fernando Vázquez sucederá próximamente a Luis César Sampedro como entrenador del Deportivo. Su nombramiento, en mi opinión, es quizás la noticia más grata de lo que va de temporada aunque lo cierto es que tal y como se están desarrollando los acontecimientos decir eso no parece gran cosa. No obstante, creo que su llegada al banquillo de Riazor es una de las pocas cosas que podrían hacerme confiar en que algo va a cambiar, aunque lo cierto es que el cambio a estas alturas se ve como algo casi imposible y ni siquiera la llegada de Jürgen Klopp podría hacer confiar en una mejoría firme, ya que todo hace aguas por tantos costados que difícilmente una única persona puede lograr achicar todo el líquido que está hundiendo el barco blanquiazul.
En cualquier caso, el presumible fichaje del entrenador gallego de la mano de la que con alta probabilidad será la futura directiva del Dépor parece un primer paso para encontrar algo que hace tiempo que se perdió, y que parte de una búsqueda de volver a todo aquello que somos. El deportivismo y el club en general necesita referentes con los que sentirse cómodos, gente que genera esa identificación con lo que significa el escudo que se vio minada por la gestión deportiva de Carmelo del Pozo, que buscó crear un equipo a su imagen y semejanza eliminando todo rastro del pasado para inventarse un ególatra futuro que convirtió en rotundo fracaso. El pasado del que procede Vázquez no es tan glorioso como otros pasados más remotos, ni mucho menos, pero es un pasado que evoca algunas alegrías que en Coruña hace demasiado que ni se intuyen en lo referente al fútbol. Los argumentos futbolísticos ofrecidos en aquella etapa no fueron dignos de elogio formal, pero sí dignos de lo que se espera de un equipo de fútbol, que no es otra cosa que buscar lograr los objetivos utilizando unos ideales básicos reconocibles. Yo, a estas alturas, es lo único que pido, sabiendo que eso es la base de que llegue todo lo demás.
Entiendo que pueda haber críticas a la elección de Fernando Vázquez como nuevo entrenador del Dépor. No es un técnico al que los analistas comparen con Guardiola, no es un técnico de los que se llevan titulares en los tiempos modernos y ni siquiera es una de esos antiguas estrellas del fútbol recientemente retirada que viene a comerse el mundo en su nueva etapa como entrenador. Entiendo que posiblemente (aunque nunca se sabe lo que puede llegar a pasar) no es un entrenador para un proyecto largo en el que asentar las bases de un futuro que a día de hoy es más incierto que nunca, pero eso no me preocupa ya que asentar las bases del futuro no es lo principal ahora mismo: lo principal es asegurarse de que el club pueda tener dicho futuro. No sé si las cosas mejorarán y no sé si existe una opción factible que sea mejor que Vázquez para entrenar a este equipo, pero sí estoy seguro de que su llegada tiene motivos para ser vista con gran positividad y de que su anterior marcha del club fue una de las decisiones más injustas y carentes de lógica deportiva que se tomaron en el Dépor en los últimos años.
Nunca debió irse, al menos no en aquel momento. El entrenador gallego tuvo, en su etapa en Coruña, dos objetivos a conseguir: uno casi imposible y otro factible. El factible fue el de su segunda temporada, el ascenso desde la categoría de plata, y aunque hubo momentos de inquietud lo cierto es que resolvió la papeleta de manera digna y dando confianza a gente de la casa con un juego que nunca fue brillante pero casi siempre fue sólido. El casi imposible fue el de su primer año, y los paralelismos con la situación actual hacen que su desempeño en aquel momento sirva al menos para tener un clavo ardiendo al que agarrarse. Llegó a un equipo roto, sin salvación y en un momento en el que el ambiente entorno al club estaba completamente desgarrado por dentro y por fuera. En ese contexto impracticable no consiguió el milagro, pero sí consiguió acercarse a él contra todo pronósitico y llevar a todo el mundo a unirse entorno a él y a creer, porque él fue el único que creyó cuando hacía falta que creyese alguien y contagiase ese sentimiento a todos los demás.
El fichaje de Fernando Vázquez no es populismo, es confianza en la última persona (dejando aparte esos brillantes meses de Víctor Sánchez del Amo) que trajo al club algo más que mediocridad, porque salirse de la mediocridad en el fútbol no está en jugar bonito sino en que la afición reciba desde el césped algo con lo que identificarse, y Riazor recibió en aquellos tiempos un equipo al que era imposible reprochar casi nada incluso cuando las cosas no salían. En A Coruña nunca se pidió jugar bien, sólo se pide poder creer en el equipo, y Vázquez demostró saber conseguir eso en el pasado. ¿Hay elecciones factibles que mejoren a la suya? Quizás, no lo sé. ¿Es el mejor entrenador del mundo? Evidentemente no. ¿Puede acabar en desastre? Por supuesto que puede hacerlo, pero el desastre es el único destino al que lleva abocado este equipo desde hace casi cuatro meses y sólo sería la continuación de un rumbo heredado.
Al menos esta vez tenemos a alguien que sabemos que moverá cielo y tierra para intentar que ese desastre final no se produzca, porque si algo no se le puede negar a Vázquez es que, más allá de aciertos o equivocaciones, la pasión que pone en conseguir que las cosas funcionen es la que cualquier aficionado en su puesto mostraría pero añadiendo a mayores los conocimientos de un profesional, innegables en alguien con décadas de carrera a sus espaldas. De esta forma sobreviviremos o moriremos, confiando en uno de los nuestros, en alguien como nosotros que sabemos que dará todo por recuperar esto y nunca se dejará llevar por la corriente. Es lo único que nos queda.