21 jul 2020

Y parece que aún fue ayer




Pertenezco a la generación que creció aprendiendo sólo a ganar. A esa generación que vivió una época en la que sólo había un equipo en la ciudad y en la que lucir una camiseta de fútbol sin rayas blancas y azules era poco menos que un sacrilegio. A nosotros, incluso, nos tuvieron que contar cómo se vivió el mayor jarro de agua fría que experimentó nuestra grada en las últimas décadas, pues aunque en aquel entonces ya estábamos vivos todavía no entendíamos muy bien lo que era un penalti ni por qué todos se entristecían cuando el jugador que lo lanzaba no metía el balón en la red.

Somos la gente que no supo que el fútbol tenía dos caras hasta que la menos amable se manifestó. Escuchábamos historias de otros tiempos, pero aquello había quedado atrás, eran historias de los abuelos y nosotros habíamos llegado para vivir otra cosa. Sólo el tiempo evidenció que eso no era así. Lo cierto es que parece que fue ayer cuando hablábamos de cosas muy diferentes a esas de las que hablamos hoy. No tengo la noción de que haya pasado tanto tiempo desde que Coruña podía celebrar cosas que sucedían en una hectárea de tapete verde, pero supongo que será porque aquellos tiempos se quedaron mejor grabados en la memoria que los recientes, tan dignos de olvido.

Soy de la idea de que el fútbol crece con nosotros y se convierte en una parte de lo que somos. Es cierto que en una misma grada hay múltiples personalidades, incluso gente que se odia o desprecia, pero existe también una cierta influencia común que se forma enfrentando las sensaciones que transmite el devenir del escudo. Las aficiones tienen un alma común moldeada por su equipo. A mí, por lo general, no me gusta el concepto pertenencia a grupos y nunca reconoceré tener nada en común con nadie por el mero hecho de compartir un rasgo, pero no deja de ser cierto que el deportivismo, como cualquier otra afición, presenta en su globalidad una serie de características generales que se va forjando en base a los estímulos transmitidos en el césped (o incluso en los despachos que manejan lo que allí ocure). Ese equilibrio entre emociones transmitidas por la realidad del equipo se hacen parte de nosotros y ocupan un ínfimo porcentaje de lo que somos, pero que está ahí. La importancia de un balón se resume en ese 0.00000001% de nosotros.

Sinceramente, a los que nacimos cuando yo nací todo lo bueno nos pilló demasiado jóvenes como para entender realmente lo que era y en nuestra entrada en la vida adulta nos tocó aprender a fuego y a golpes la lección de que la caída se hace mucho más lenta que la subida, pero eso nos sirvió para grabar en nuestra cabeza que uno nunca se puede desvincular de su club cuando realmente es suyo. Algunos de los nuestros nos dejaron por el camino y lucen ya otras camisetas o incluso la expresión de la indiferencia ante todo lo blanco y azul, pero nadie obliga a nadie a seguir aquí. Los que quedamos, que somos muchos a pesar de todo, somos aquellos para los que este escudo se convirtió en una parte inseparable de nosotros y supimos perdonar que nuestro club ya no nos permita aprender geografía europea cada miércoles. No nos tocó la mejor era posible, pero esta es la nuestra y este es nuestro club. Un club muy diferente al que conocimos cuando estábamos empezando a conocer cosas, un club que nos destrozaron y abandonaron a su suerte, pero si algo aprendimos mientras tanto es que los de siempre estamos por encima de todo lo demás. Y volveremos. No sé a donde, creo que ni siquiera tenemos un lugar al que regresar porque a día de hoy todo es muy diferente a lo que existía cuando estábamos en un sitio que reconocíamos como nuestro, pero creo inevitable que volvamos a saber encontrar el hueco que nos corresponde. Necesitamos dormir y necesitamos pensar, pero el camino a seguir a partir de ahora es el que siempre seguimos: Quien no esté con nosotros, que no moleste.

No sé qué tiempos nos esperan ahora que la realidad está fuera del fútbol profesional y no sé cómo conseguiremos gestionar el golpe cuando nos demos cuenta de lo que implica. Creemos que somos conscientes de lo que acaba de ocurrir, pero no lo somos. Tenemos ante nosotros un camino oscuro del que ni siquiera vemos la primera curva y es bastante probable que nos perdamos más pronto que tarde. Podría hablar sobre las formas en las que nos dejaron fuera de esta competencia, pero no ganaría nada. Ya no. No creo que haya sido un final justo y no creo que deba aceptarse sin más, pero tampoco creo que nada vaya a cambiar porque estamos acostumbrados a que nada cambie a mejor y ya no lo esperamos. No nos queda más que seguir comprendiendo el fútbol de la manera que lo comprendemos y esperar a que las cosas sean diferentes en algún momento. En la categoría que toque, el apego por el escudo sigue intacto.

El fútbol, en lo anímico, tiene sus paralelismos con la música. Aunque no es un arte, también se consume en parte por lo que transmite, sea alegría o tristeza, y es curioso que, existiendo tanta música como existe, la esencia de este club esté encerrada como en ningún otro sitio en un grupo muy ligado a él. Nadie expresa la belleza del fracaso como Los Suaves, y son Los Suaves los que con esa forma de musicar la vida ponen banda sonora involuntaria a todo lo que vive el deportivismo desde tiempos inmemoriales. Porque el fracaso nunca es bello, pero su narración sí puede serlo:

Cuántas ilusiones
 traje a este mundo al reves,
que perdiendo una al día 
creo que aun me quedan dos o tres.

1 jul 2020

La locura que da la experiencia


Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com


El Deportivo jugó ayer el que sin duda fue uno de los mejores partidos de la temporada, no carente de esa dosis de dramatismo que acompaña a cada uno de los encuentros de este equipo en los que lo normal ya comienza a ser el surrealismo. En Tenerife se consiguió dejar a un lado ese polémico aplatanamiento mencionado por Fernando Vázquez en la previa y se jugó como debe jugar un equipo que aspira a salir del pozo: de tú a tú y sin arrugarse. Y dentro de ese buen encuentro hubo un detalle curioso: Borja Valle jugó en el doble pivote durante buena parte del encuentro y Bergantiños actuó en el centro de la defensa.

Haber visto esto no es trivial. Es cierto que Álex había jugado ya de central en diferentes ocasiones en el pasado, pero lo cierto es que en mi opinión no lo había hecho nunca a un nivel ni siquiera cercano al mostrado en los últimos partidos. En esa posición de líbero moderno, decidiendo según el contexto si actuar como tercer central o dar un paso adelante para contribuir en el centro del campo, el coruñés se está encontrando cómodo dentro del contexto creado a su alrededor y está resultando ser un plan de emergencia ante las bajas que funciona incluso mejor que el plan que había antes de las lesiones que llevaron al capitán a ocupar este puesto. 

En cualquier caso, el hecho de que Bergantiños juegue de central, como ya dije, no es inédito. El caso realmente sorprendente es el de un Borja Valle que hasta hace días nadie lo veía como otra cosa que como un atacante más impetuoso que ordenado. Cuando en el último tramo del encuentro contra la Ponferradina sustituyó a Uche la incomprensión fue la sensación predominante, pero lo único cierto es que con su presencia se remontó un partido que estaba perdido en el tiempo añadido. Muchos de los mejores minutos de fútbol jugados por el Dépor esta temporada se jugaron con él sobre el campo en un puesto en el que nunca se le había visto y eso es digno de mención y reflexión.

A la vista de esto (y también a la vista del caso de Mollejo, que durante varios partidos ejerció de forma notable como lateral izquierdo de emergencia a pesar de que también era un puesto desconocido para él) debemos darle el merecido crédito al entrenador, porque su labor es ver cosas que los demás no ven y en este caso lo logró con creces. Hay que tener mucho fútbol interpretado a tus espaldas para saber ver que ese Borja Valle que siempre actuó de extremo o delantero podía aportar cosas muy interesantes situándolo en un puesto en el que estaba inédito. En ese doble pivote supo ocupar el puesto de manera solvente, dar continuos apoyos tanto en la distribución de balón como en la presión y, sobre todo, contribuir de manera impecable a mantener la posesión del balón. Con él en el campo el Dépor supo ser dominante con la pelota y no pasar apuros sin ella de una forma que no había visto en toda la temporada. No todo el mundo es capaz de intuir este buen rendimiento potencial y casi nadie es capaz de atreverse a probarlo en partido oficial.

Es cierto que los números desde la llegada de Vázquez son impresionantes, pero a mí me gusta ir más allá de la simple estadística y resaltar también que todo esto no se limita a la reactivación psicológica conseguida: Su lectura de juego y su capacidad para buscar lo mejor de sus jugadores está siendo de un altísimo nivel. Es cierto que en ocasiones sus planteamientos iniciales resultan especulativos y eso probablemente no es lo que necesita un equipo que se embota cuando las ideas no están claras, pero es igual de cierto que en cada uno de sus partidos supo hacer reaccionar al equipo en los momentos de necesidad y no es lo habitual saber dar siempre o casi siempre con la tecla. Vázquez tiene un punto de locura, pero esa locura es, igual que su experiencia, un grado. Sin ella no habríamos visto al Valle centrocampista, al Bergantiños líbero ni al Mollejo lateral, y con ello nos habríamos perdido tres de las buenas noticias que nos dejó esta temporada. La situación sigue siendo complicada, pero con lo que estamos viendo es imposible no confiar.