Cuando el orgullo reivindica
Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com
Existe una clase de jugadores que siempre viven cuestionados. Futbolistas que, ya sea por factores propios o externos no consiguen que el ojo crítico del público les de un respiro. Suele ser una cruz que una vez impuesta no se puede quitar, ya que su peso es abrumador. Pero a veces, sólo a veces, el portador es capaz de deshacerse de sus grilletes y conseguir cambiar una opinión que, muchas veces, no es justa.
El de Riki es uno de esos casos. Un futbolista que llegó al Deportivo hace ya 7 temporadas procedente del Getafe, donde sus actuaciones hicieron pensar que a Coruña llegaba un crack. No obstante, su rendimiento desde el principio no fue el esperado. Siempre luchó y lo puso todo sobre el campo (aunque quizás no en la medida de los últimos años) , pero le faltó siempre algo que le exigieron desde el primer momento: goles.
En Getafe, Riki jugaba casi siempre en posiciones de apoyo ofensivo (extremo, segundo delantero...), pero en su llegada a Coruña se le hizo jugar como referencia, como el encargado de definir las jugadas. Con esa situación se encontró en una situación delicada, ya que le pedían cumplir un perfil que no le correspondía (una situación que también sufrió en sus carnes Adrián López en su última temporada con Lotina). Riki siempre fue un grandísimo delantero acompañante, perfecto generando espacios y tirando desmarques, algo que favorece al juego combinativo y a que el balón llegue más fácilmente a un jugador definidor, pero lo cierto es que a la hora de encarar la portería siempre tuvo problemas.
En el Depor siempre se encontró sólo ante el peligro, y sin un compañero en ataque que se beneficiase de su trabajo y movimientos y a la vez le permitiese deshacerse de la presión del gol. Escasas fueron las ocasiones en las que el equipo formó con dos jugadores en punta de ataque, y eso siempre le perjudicó. Hasta estos últimos años. El descenso le dolió, y más teniendo en cuenta que fue uno de los principales señalados debido a sus errores contra el Valencia en la jornada decisiva. Esos errores y las críticas que sobrevinieron hirieron su orgullo. No quería que nadie tuviese nada que reprocharle, porque después de tantos años aquí se sentía un deportivista más. Y se prometió que nunca más haría que nadie le señalase por los problemas del equipo.
Ya en Segunda División, ya superada la treintena, se propuso cambiar. Y con la experiencia que brindan los años y una fortaleza mental reforzada consiguió hacer frente a todos sus problemas pasados. Miró cara a cara a sus problemas con las lesiones y las venció, reduciendo sus continuos problemas musculares en gran medida. Se enfrentó también a sus problemas con el gol, y consiguió su mejor marca anotadora desde su llegada al fútbol profesional, con 14 tantos que lleva camino de igualar esta temporada.
El orgullo lo convirtió en uno de los delanteros más en forma de esta Liga, con 11 goles que le hacen estar empatado con el 9º clasificado en la lucha por el Pichichi (que más que lucha es un monólogo de Leo Messi), algo que tiene relevancia si tenemos en cuenta que estamos ante el delantero del colista. Se haría incomprensible que su rendimiento no reportase mucho más al equipo si no fuese por el pésimo nivel defensivo del equipo blanquiazul.
Triunfó el año pasado y ahora, en la temporada más complicada imaginable, está ante el reto de no dejar al equipo de nuevo en Segunda en el que muy probablemente será su último año. El orgullo mediante el que convirtió las dudas en aplausos en la grada de Riazor le hizo abrir la lata en el partido más importante del año, el que acabó con victoria ante el Celta en Riazor, empezando así la lucha definitiva por la permanencia. Pase lo que pase, dejará un recuerdo imborrable por su lucha, la que le hizo pasar de cuestionado por muchos a ídolo de la afición.