La casa de las puertas de cristal
Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com
Existe un lugar especial en nuestro mundo, en el que decides entrar o salir a tu antojo. Un lugar cuyas puertas son de cristal, permitiéndote ver el exterior desde dentro y el interior desde fuera. No engaña a nadie, sino que se muestra, sincero y sin tapujos, tal y como es. Es una casa en la que cualquiera que quiera convivir es bien recibido, y donde, a su vez, no se pone inconvenientes para que nadie abandone el barco si lo cree oportuno.
Entiéndase la metáfora, ya que no estoy hablando de un lugar físico, sino de un sentimiento. Un sentimiento que ayer vivimos de forma magistral, con la ilusión de un niño con zapatos nuevos, aunque de antemano sabíamos que esos zapatos nos podían hacer perder el equilibrio y podían acabar tirándonos definitivamente al suelo, pero no fue así. Ayer, en Riazor, se vivió una fiesta dramática, una celebración que fue la primera alegría del año para un equipo hundido que quiere empezar a salir del fondo de un mar de premura cuando cada vez queda menos tiempo.
Fue un año duro, en el que ni Oltra ni Domingos supieron hacer nada por frenar un vehículo que se precipitaba cuesta abajo y sin frenos, pero la llegada de Fernando Vázquez trajo algo diferente. Desde el primer momento aportó la misma ilusión desde el banquillo que la que había tenido la grada hasta que el fútbol se la quitó. Y aunque los resultados no le habían hecho justicia, en el derby todo cambió, aunque todavía no sepamos si el efecto perdurará más allá de lo visto hace menos de 24 horas.
Las puertas de cristal se abrieron durante este año en muchas ocasiones, dejando salir a aquellos que creían que lo que veían fuera le traería más alegrías. Gente que lo intentó, pero no supo entendernos, que nos ve como a locos que animan a una causa perdida, pero no sabríamos hacer otra cosa. No sabríamos dar nuestro apoyo a una causa que no fuese la nuestra, porque lo único que entendemos como una pasión es al Depor, y eso no se compra ni se vende. No se aprende ni se olvida, sólo se siente, y momentos como el de ayer nos recuerdan por qué estamos al lado de un escudo con fidelidad permanente.
Durante 90 minutos nos olvidamos de los problemas y volvimos a los viejos tiempos, a sentirnos en aquellas épicas luchas entre vecinos de principios de siglo, cuando ambos equipos pasábamos nuestra época dorada haciendo historia. Aquellos momentos serán irrepetibles, pero estas réplicas a pequeña escala nos hacen conformarnos. Espero sinceramente (aunque sea casi utópico) que ambos equipos nos quedemos donde estamos, ya que sin derby la temporada no sería igual, y el fútbol gallego se merece estar donde está después de tanto luchar por ello. Somos rivales, pero sería de locos pensar que somos diferentes, pensar que si naciésemos en la ciudad contraria no seríamos del equipo rival. Al fin y al cabo, el rechazo surge porque somos iguales y opuestos, como cargas eléctricas.
No es fácil ilusionar a una afición a la que apenas le quedaba nada en lo que creer, que ya pensaba en el año próximo y se temía lo peor debido a los problemas económicos. Pero Vázquez llegó y lo consiguió, y es de agradecer su empeño, se logre o no el objetivo.
Noches como la de ayer nos dicen que en nuestra casa estamos a gusto. Puede haber lugares en los que la cubertería es de oro y las sábanas de seda, pero preferimos lo nuestro, porque aunque no tenga valor material, tiene una incontable valía sentimental. Hagamos que esto no quede en nada, sigamos apoyando durante lo poco que nos queda, porque al final, lo único que necesitamos en los momentos difíciles es un empujón. Ayer lo obtuvimos, y todos los esfuerzos de los Valerón, Riki, Alex y la gente que lleva el alma de este equipo en el campo se vieron recompensados. Conseguimos lo más difícil, que es llegar a la velocidad adecuada, y ahora debemos conservar la inercia para que esto siga. Empezamos a perdonar los errores del pasado reciente y ya sólo pensamos en el futuro inmediato. Gracias por hacernos creer que sí se puede cuando ya nadie daba nada por nosotros. Y pobre del que quiera robarnos la ilusión.
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