David Moyes ante las fuerzas del bien y del mal
Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com
Con Ferguson, el Manchester United era un dogma. Era un equipo hecho por y para golpear al rival, capaz de saber cuando hacer y cuando deshacer con una simple mirada. Tenían esa ambición que les permitía esperar al contrario en su campo para acto seguido ir a romper el ataque y lanzarse a la contra. Eran un equipo con un control extremo sobre lo que pasaba en el terreno de juego. Sir Alex tenía referentes marcados, pero siempre supo ser 'él mismo' (que no 'el mismo', ojo a la capital importancia de la tilde en este caso). Su paso por el equipo de su vida, su equipo, fue brutal, y con una palabra por encima de todas: disciplina.
Quizás Ferguson eligió a Moyes por su capacidad para crear proyectos de largo plazo, algo demostrado durante su década como toffee, su fidelidad y su temple. Seguramente se planteó de forma seria la idea de José Mourinho, y recelase al conocer su espíritu descontrolado y capaz a veces de destrozar por completo lo que se cruza en su camino. También puede que eligiese a su compatriota para añadir una nota de nostalgia a sus jugadores, para que el vestuario no perdiese ese característico y brusco acento propio de los habitantes de Escocia.
Moyes es, al menos en lo que a fútbol se refiere, un escocés tópico y típico. Un hombre al que le gusta el estilo tradicional, que valora el trabajo y le gusta asfixiar de forma silenciosa pero firme. Es árido, pero inteligente, y suele conseguir que sus jugadores busquen la victoria hasta cuando parece estar todo perdido. Es un entrenador clásico en una personalidad conservadora que le lleva a (totalmente al contrario que su predecesor) no cambiar nada cuando cree que las cosas funcionan, pero tiene carisma aunque no sea de la misma clase del que se ve en televisión. Es un buen entrenador y gestor, pero se encontró con un escollo mastodóntico: existe una sombra que todavía cubre Old Trafford, mientras el estadio se aferra a ella en la garganta de cada aficionado, en el recuerdo de los fieles al escudo del diablo rojo y en el corazón del hombre nostálgico, y esta sombra no es otra que la de su predecesor, el hombre más carismático de la historia reciente (y no tan reciente) del fútbol británico, e incluso del mundial. Una sombra que lleva a Moyes a intentar adecuarse al pasado y ser demasiado cauteloso a la hora de dar sus propios matices al equipo, y eso es un error, al menos si tu objetivo es marcar una época.
El final de una era (especialmente una tan importante) necesita un marcado evento como forma de empezar una nueva, como el Descubrimiento de América marca el final de la Edad Media o como Titanic inició el final de la carrera de James Cameron como director de cine serio. Moyes, hasta el momento, ni logró ni parece querer lograr ese nuevo Big Bang que redefina las leyes de la física en el nuevo universo creado en Manchester, y el tiempo apremia. La elección del nuevo entrenador del Manchester United fue muy arriesgada, y si las cosas no empiezan a ir bien pronto es posible que la emoción que plantea un riesgo se convierta de forma rauda en desesperación. Debe demostrar que es algo más que la razón por la que lo contrataron, que no es un simple buen gestor de proyectos; que es capaz de hacer algo que en el Everton ni siquiera se atisbó: crear un equipo ganador.
El United siempre fue una eterna búsqueda de cordura, un yin y un yang en manos del arquitecto supremo que los hacía funcionar. Los diablos siempre fueron demoníacos y leales a partes iguales, siempre existió una dualidad controlada y eso, el poder para combinar la chispa de la oscura genialiad con la luz guía de la fidelidad, les llevó al éxito. Busby tuvo a Best y Charlton para encarnar a la perfección esos dos roles, mientras que Ferguson contó con Cantona y Giggs como exponentes más claros de personalidades enfrentadas de las que supo sacar partido. A Moyes le falta todavía comprender que la luz y la oscuridad deben ir de la mano en el infierno de Old Trafford, un lugar que todavía no sabe olvidar a Sir Alex, el Beelzeboss, el todavía líder de ese poblado ejército de Red Devils.