22 abr 2019

En busca de la competitividad perdida



  Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com

Los equipos tienen personalidad. Siempre existen versos libres que vagan a su aire por el vestuario, pero puede decirse que lo normal es que cada equipo alcance con el tiempo su propia forma de ser, que esencialmente dicta la manera con la que se enfrentan a las adversidades en el campo. El Real Madrid de la primera etapa de Zidane era un equipo ególatra, el United de Ferguson era un equipo prepotente, el Inter de Mourinho era un equipo sacrificado y leal y el Barça de Rijkaard era un equipo feliz y despreocupado. Estos rasgos, aunque en algún caso puedan parecer peyorativos, no lo son. Son ese factor diferencial que estos grandes equipos supieron explotar para convertir su proyecto en grandeza en los momentos críticos, el punto que, bien gestionado, marcó la diferencia entre el éxito y el fracaso cuando tenía que hacerlo. La egolatría del Real Madrid les permitió ser un equipo inmune a la presión de las grandes citas. La prepotencia del United les permitió ser un equipo que nunca se veía inferior a nadie bajo ninguna circunstancia. La lealtad del Inter permitió ver un equipo que de otra manera, sin morir por las ideas, nunca habría sido campeón de Europa y la alegría despreocupada del Barcelona hizo que el equipo dejara atrás a pasos agigantados una época oscura demasiado triste. Por supuesto, para lograr convertir en algo positivo estas personalidades colectivas fue necesario moldearlas o gestionarlas adecuadamente para conseguir esos resultados positivos.

Los ejemplos utilizados hasta ahora son ejemplos de éxito, pero evidentemente también hay ejemplos de personalidades que conllevan fracaso, ya sea por predisposición hacia ello o por fallar en lo ya comentado: no tener una gestión adecuada. Muchos equipos con grandes nombres que acaban fracasando suelen ser equipos divos fruto de una prepotencia o egolatría mal llevada a diferencia de los casos comentados anteriormente en los que sí dio frutos. En el fracaso, la etiqueta es más difícil de poner que en el éxito, ya que no se sabe bien si lo que se muestra es lo real o el producto de la negligencia. El caso del Deportivo lo veo como un claro ejemplo de fracaso en la gestión de la personalidad y es algo que ya traté anteriormente. A día de hoy creo que es una plantilla estancada en la ''cómoda'' inoperancia de no querer afrontar el fracaso y preferir verlo como falta de suerte más que como falta de atrevimiento. Creo que estamos viendo un equipo postrado a aceptar la ansiedad propia de ese sentimiento casi victimista, un sentimiento que llegó a vencer a este equipo por completo. Y eso es un desastre, ya que no hay nada más anticompetitivo que eso.

Esa actitud es una garantía de fracaso cuando uno se abandona a ella. Hay ocasiones en las que gente capaz de sacar adelante sus obligaciones se ve totalmente embotada cuando conoce el escollo de la derrota. Ya sea en el fútbol, en un carrera universitaria o en la vida laboral, los malos momentos siempre aparecen y no saber afrontarlos es algo que puede aparecer en cualquier momento. Y según cómo seas, la manera de arreglarlo difiere bastante. Veo a este Dépor como a ese alumno que va a los exámenes sabiendo que va a suspender y que se bloquea ante ese miedo prefiriendo evadirse antes que poner todo de su parte para que eso no pase. Salir de ese catastrofismo no es sencillo, y por supuesto que la influencia externa tiene su peso. De hecho, algo observado ayer relacionado con esta influencia externa es lo que me llevó a recuperar hoy este tema.

Soy de los que defiende que una grada no debe ser hostil contra su equipo cuando todo está en juego, de hecho lo hice aquí mismo no hace mucho. No obstante, lo que expongo en el párrafo anterior sobre que cada personalidad necesita estímulos distintos para sobreponerse a los malos momentos también es algo que ha de tenerse en cuenta, y contra el Extremadura se vio algo curioso que me hizo reflexionar este asunto: Justamente los únicos momentos para guardar del equipo en el partido se dieron con la grada totalmente en contra (sin que se pueda obviar a mayores el hecho de que esos momentos los cambios habían mejorado al equipo al haber introducido a Mosquera y Cartabia). Fue cuando la grada empezó a pensar más en acusar que en apoyar cuando apareció un Dépor con un poco de sangre inyectada en los ojos y que olvidó de la apatía para encenderse en busca del gol.  No obstante, era demasiado tarde. No ha de entenderse esto como una invitación a increpar a los jugadores desde la grada, ni mucho menos. Quizás podría serlo si una grada de fútbol fuese un colectivo de gente de la que se pudiera esperar conocer los límites de la decencia humana, pero como no es el caso simplemente es una simple reflexión: quizás el equipo necesite que le dejen claro la clase de ridículo que están haciendo para que dejen de hacer el ridículo y saquen la pizca de orgullo que les pueda quedar en su interior.

En cualquier caso, no soy psicólogo ni trabajo a diario con los jugadores para que mis palabras sean más que opiniones en base a la observación lanzadas sin más pretensión que el puro debate y, por supuesto, aunque me guste bastante tratar el aspecto psicológico (porque creo que lleva siendo un handicap en este club desde hace tiempo y este año es el más significativo en ese aspecto) eso sólo es el factor qe da la puntilla a todo lo demás. Una plantilla con la que el equipo debería ir bastante holgado para conseguir al menos estar en puestos de play off sin sufrir se mermó de manera inadmisible haciendo peores a los más válidos o directamente prescindiendo de ellos (entran aquí Mosquera, Saúl, Vicente, Carles Gil y Cartabia) para dar una confianza desmesurada a jugadores mediocres que no deberían ser más que un complemento puntual (Didier, Pedro o Bóveda). Tampoco se dio oportunidad a jugadores que parecían poder aportar, como es el caso de Montiel. Si a eso le sumas las continuas lesiones de Carlos Fernández y Krohn Dehli, dos jugadores que partían como piezas importantes, lo que te queda es una plantilla que dista mucho de lo que se podía entrever en verano y que se asemeja más a una balanza descompensada.

Por otro lado, tampoco se puede negar que desde el banquillo no se está ayudando para nada al equipo desde hace meses. Si la lectura de los partidos de Natxo en sus últimos tiempos estaba siendo deficiente, Martí ayer dio una lección de lo que no debe hacerse en el apartado táctico. La idea de alinear a Vítor Silva (un jugador que sólo puede rendir en un contexto de mucha posesión adelantada y poca ida y vueta) poniendo a la vez un costado derecho formado por tres jugadores como Moreno, Bóveda y Pedro que son totalmente contraproducentes para el fútbol combinativo no te hace sólo perder toda posibilidad de jugar a lo que podrías querer jugar, sino que además conlleva jugar con un jugador menos, ya que Vítor Silva pasa a no servirte para nada y a restar más que sumar. La alineación contra el Extremadura es un error tan inexplicable y grave como el de acabar jugando con Pedro de lateral derecho. Cuando llegas para cambiar la dinámica de un equipo lo último que puedes hacer es caer en las mismas locuras absurdas en las que cayó tu predecesor en el banquillo en sus últimos partidos, cuando buscaba soluciones desesperadas.

Nadie debería engañarse, este Dépor no va a ascender ni va a meterse en el play off. Quizás a partir de la próxima jornada veamos a un equipo diferente, pero las cosas no son tan sencillas y llevamos media temporada confiando en milagros que no llegan. Y a estas alturas, prácticamente ni un milagro puede hacer que este no sea el fracaso más sonado de las últimas décadas en este club. Un año más, el proyecto deportivo vuelve a fallar de manera estrepitosa.

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