Con Leo basta
Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com
Muchos estaban pendientes en la noche de ayer del Estadio Olímpico Atahualpa de Quito, donde Ecuador era el único obstáculo que separaba a Argentina de su clasificación para el próximo Mundial. Por la tarde Cristiano Ronaldo y su Portugal habían cumplido su trámite ante Suiza y quedaba por ver si el otro gran exponente del fútbol actual sería capaz de entrar en la fase final de Rusia 2018. De no conseguirlo, la cita del siguiente verano quedaría huérfana carente del jugador con más talento de la actualidad.
En cualquier caso, no existían malas expectativas desde el comienzo del choque. La albiceleste dependía de sí misma, con una victoria estaría dentro y ante ellos se encontraba una selección ecuatoriana que no completó un buen final de clasificación: llegaban tras haber perdido sus 5 últimos partidos oficiales. Tampoco formaban en su once inicial ninguno de sus principales referentes, pues jugadores como Antonio Valencia o Felipe Caicedo no se dieron cita en el encuentro. Por no tener, no tenían ni entrenador oficial después de la accidentada destitución de Gustavo Quinteros.
A pesar de todas las teóricas facilidades, el partido se puso feo al inicio para la selección dirigida por Jorge Sampaoli después de que una hábil combinación entre la delantera de La Tricolor dejara a Ibarra sólo delante de Romero, estableciendo el 1-0 para los locales. Argentina se temía lo peor al ver que su selección salía dormida, teniendo la confianza mermada después de unas últimas actuaciones deficientes que les habían llevado a estar al borde de la eliminación. El panorama no se presentaba para nada esperanzador.
El de ayer fue un contraste de estilos muy marcado. Al desordenado arrojo de Ecuador, que en todo momento se mostró como un equipo muy vertical pero sin demasiada mordiente debido a su despreocupado orden sobre el césped, se enfrentaba el nerviosismo trabado de una Argentina en la que sólo destacaba el incansable trabajo de Enzo Pérez y la voluntad eterna de participar de quien más se esperaba que participase, Leo Messi.
En un partido embarrado y en el que a nadie le salía nada, fue precisamente el jugador del Barça quien se puso el mono de trabajo para sacar las cosas adelante. El 10 tuvo que olvidarse de la altura asfixiante de la ciudad de Quito, de la presión que conllevaba jugárselo todo a una carta y de que nada a su alrededor funcionaba para reconciliarse con una grada que siempre le exigió más. Messi sabía que era su día, el día más importante de su carrera con Argentina, pues aquí más que un título lo que había en juego era un orgullo de una nación. El día de ayer fue más importante para el orgullo que una final, pues los títulos se ganan o se pierden pero ni siquiera llegar a disputarlos no puede permitirse para un país en el que el fútbol es ley.
Lionel supo ayer hacerse enorme también en su país, quizás el único lugar del mundo en el que es (o era) más pequeño de lo que debería. Sólo tardó 10 minutos tras el jarro de agua fría del gol inicial en plantarse ante la meta de Banguera y conseguir una igualada que levantaba los ánimos de su afición. Nada funcionaba, pero la misión de sacar el trámite adelante seguía siendo el único pensamiento en la cabeza de Leo, fuera como fuera.
El empate enfrió los ánimos de una selección ecuatoriana que había empezado muy fuerte, con balones largos en busca de sus rápidos hombres de ataque que hacían sufrir a una defensa rival a la que le costaba correr hacia atrás. El improvisado seleccionador ecuatoriano había planteado una ruleta rusa en la que confiaba todas sus posibilidades al ataque sabiendo que su defensa era débil y desorganizada. Ecuador sabía hacer daño arriba, pero estaban completamente expuestos atrás con un mediocampo fantasma en transición defensiva y una línea de defensas que pocas veces se vió ordenada. Quizás uno de los signos más inequívocos de que la selección de Sampaoli no está bien fue el hecho de que no consiguiera hacer mucha más sangre del sistema que tenía enfrente.
El agarrotamiento, como ya expliqué, era generalizado en Argentina, pero quien tenía que aparecer apareció. Si en otras noches su talento ensombrecido hizo enfurecer a su propia grada y disminuir su aprecio hacia él, la noche de ayer ayudó y mucho a limar antiguas asperezas. Sería excesivo decir que lo hizo sólo, pues sus compañeros tuvieron movimientos acertados que le simplificaron las cosas, pero es totalmente válido decir que lo hizo posible. El partido de ayer sin Messi en el campo habría tenido un guión diferente, y eso lo sabemos todos. No en vano, es el único jugador argentino que marcó gol con su selección en partido oficial desde noviembre del año pasado. Ayer marcó tres, pero no fueron tres goles cualquiera sino que fueron los goles de la reconciliación definitiva. Desde ayer todo quedó claro, y aunque suene cruel o exagerado decirlo no es ninguna locura reconocer que, a día de hoy, Argentina es Leo Messi.
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