26 nov 2020

Y todo el pueblo cantó


 
 

 

El fútbol son 22 personas corriendo detrás de una pelota en la misma medida en la que una orquesta sinfónica es un grupo de gente golpeando objetos y frotando cuerdas. Hay matices en esta comparación, claro, porque el fútbol no es un arte y no sería conveniente establecer un paralelismo puro. Pero que el fútbol no sea un arte no convierte a este deporte en una práctica banal. Es, de hecho, una de las pocas expresiones no artísticas que son capaces de conseguir aquello para lo que el arte suele estar concebida: desatar pasiones y generar sentimientos.

Es ‘sólo’ un deporte, pero también es una fuente inagotable de estímulos. En día como hoy, en el que un país entero se echó a la calle para despedir a su mayor leyenda, tenemos el mejor ejemplo de que no es simple ocio y reducirlo a eso tergiversa su significado. El fútbol es aquello con lo que crecimos y soñamos, algo que cada fin de semana de nuestra vida ocupó nuestra cabeza durante al menos 90 minutos. Es un vínculo que se entiende cuando uno pone de su parte para conectar con esa sintonía pero, de la misma forma que un heavy purista entra con recelo en un pub latino, no todo el mundo es receptivo a ella. Y tampoco tiene por qué serlo.

No es lógico banalizar con absurda condescendencia algo que a muchos nos acompaña como una constante desde que tenemos uso de razón. El fútbol es un microcosmos dentro de la vida que te enseña parte de lo bueno y lo malo de esta. Te lleva a la ilusión, a la alegría y a la decepción. Te enseña lo que es el éxito y lo que es el fracaso y, sobre todo, te enseña a estar siempre con los tuyos. No son patadas a una pelota, es todo lo que rodea a esas patadas. Durante siglos, personas de casi todo el planeta crecieron creando ídolos (de barro o de leyenda), deseando conseguir lo mismo que ellos en el futuro y emocionándose con jugadas que, si bien debo volver a repetir que no son arte, transmiten lo mismo que el arte.  El cine no son simples fotogramas pasando por delante de nuestros ojos.

¿Cómo le vas a decir a alguien que celebró una victoria de su equipo hasta quedarse afónico que el fútbol no es nada? ¿Cómo pretendes sentirte superior a alguien por simplemente sentir ese cosquilleo emocionado antes de la final de un Mundial? Millones de personas se movilizaron hoy para despedir a una persona y eso no ocurre con las personas que hacen cosas que no importan. Ocurre con personas que fueron capaces de convertirse en parte de la vida de la gente, y eso dota a su actividad de una importancia capital. Es una cultura, crea héroes, villanos e historias. El fútbol es un lenguaje en si mismo, una forma de expresión que conlleva muchas otras.

El fútbol puede no gustarte,  puede aburrirte, pero no puedes odiarlo. Porque el fútbol nunca fueron esas 22 personas corriendo detrás de una pelota. El fútbol no es ni siquiera una cosa sino muchas, hay una concepción de este deporte encerrada en cada uno de nosotros. ¿Cómo puedes atreverte a decirle a alguien que el fútbol es sólo un juego? Al fútbol se juega, pero no es sólo un juego. El fútbol puede ser una parte tan definitoria de nosotros como nuestro trabajo o nuestra nacionalidad. Es algo que, dentro de la concepción que le demos, nos acompaña hasta el grado que nosotros le permitamos. Justo al lado de tu grupo de música favorito es donde guardas a tu equipo. El fútbol es parte de nuestra vida. Supongo que es difícil de entender desde la óptica de alguien que no tiene interés por este mundo, pero no es necesario convencer a nadie porque sólo estando dentro importa.

Algo que también importa un día como hoy es pensar en qué nos deparará el futuro cuando los clásicos (ahora que nos dejó el más grande de todos ellos) nos abandonen del todo. ¿Llegará el fútbol al punto de no retorno en su avance hacia el mercadeo puro de la afición o morirá de éxito para resurgir de nuevo como deporte del pueblo? ¿Conseguirán robarnos para siempre el sentido de algo que nos pertenece a todos, seamos del equipo que seamos, para convertirlo en simples cifras? Quizás sí, quizás llegue el día en el que tengamos que elegir entre renunciar a una parte de nuestra vida o continuar dándole relevancia a pesar de que su significado ya no es el mismo. Puede incluso que ese día ya haya llegado y simplemente nos negamos a abrir los ojos a la evidencia. Por lo de pronto, sin Diego Armando el fútbol pierde al futbolista por excelencia. Ahora nos toca a nosotros no perder la excelencia del fútbol.

Estamos condenados a perder a sus iconos, porque ningún humano es terrenalmente eterno, pero pongamos de nuestra parte por no perder el fútbol que conocemos. Y cuando nos quieran convencer de que no es más que un juego para el pueblo ignorante, de lo único que nos pueden convencer es de que quizás nosotros ignoremos todo lo demás, pero quienes ignoran lo que esto significa son ellos. Maradona siempre supo qué era lo que había que hacer para no manchar la pelota. Mancharía otras cosas que no es nuestra incumbencia juzgar, pero siempre protegió al balón. Defender su legado es defender que el fútbol siga siendo nuestro, y no de quien nos lo quiera robar.

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