El día en el que un Goliat casi encuentra a su David
Por Rubén López | ruben@futbolconpropiedad.com
Bonita la tarde de fútbol que se vivió en Wembley en el día de hoy. Era la final de un torneo, por así decirlo, menor, pero que no deja de ser un título oficial que da derecho a jugar Europa League. Se enfrentaban dos equipos con historias muy diferentes, uno de los históricos ingleses, el Liverpool, y uno de los dos equipos galeses (junto con el Swansea) que juegan en el fútbol profesional inglés: el Cardiff.
Londres acogía un año más (a diferencia de España, en Inglaterra las finales de Copa tienen sede fija, para evitar circos como el visto en las últimas semanas), la final de Carling Cup en su estadio de gala, Wembley. 90.000 espectadores se dieron cita en el recinto de las grandes citas británicas, llenándolo hasta los topes y tiñéndolo mayoritariamente de rojo, pero con toques de azul galés presentes para ver a su equipo intentando hacer historia, peleando por su primer título oficial en 85 años.
Dalglish sacaba su alineación de gala (dando a su predilecto Henderson la titularidad en lugar del siempre ambicioso Bellamy) para buscar ganar con comodidad, pero desde el principio quedó claro que el equipo de Malky Mackay no iba a dejarse ganar tan fácil. De hecho los Bluebirds se adelantaron en el marcador en el minuto 19, con una inteligente acción rematada por Joe Mason a pase de Kenny Miller. El gol llevó e los galeses a asentarse en el campo con intención de no encajar gol e intentar sorprender al contraataque, algo que fueron consiguiendo gracias a las grandes actuaciones del portero, Tom Heaton, y Ben Turner. El partido se transformó en algo diferente con el gol de Skrtel en el minuto 60, anotado con fortuna tras un corner botado por Downing y una serie de rebotes que propiciaron el 1-1. Ahora el Cardiff sabía que otro gol encajado borraría gran parte de sus aspiraciones, y aumentaron la intensidad en su juego. Con las ayudas defensivas de los delanteros (principalmente bajando en las salidas de balón para hacer que más jugadores pudieran emplearse en labores eminentemente defensivas) consiguieron llegar al final de los 90 minutos reglamentarios con empate en el marcador. Tocaba prórroga, con la ilusión todavía por las nubes.
Los jugadores volvían a saltar al campo para llegar hasta los 120 minutos. Apenas tuvieron descanso después del pitido final, pero había un trofeo en juego, no había lugar para el cansancio. El guión del partido continuaba por los mismos cauces, con el Cardiff consiguiendo aguantar las llegadas del todopoderoso rival. Al borde del final de la primera parte de la prórroga Dalglish decidió acabar las sustituciones, y sacó a Dirk Kuyt en lugar del desafortunado Andy Carrol. Escasos 5 minutos en el campo le hicieron falta al holandés para anotar el 2º gol de su equipo, que enardecía a la parroquia red. Mackay tenía claro que habían llegado demasiado lejos como para tirar la toalla y dio instrucciones de ir con todo a por el empate. El esfuerzo hacía mella, y algunos jugadores, como Gunnarsson jugaban con visibles problemas físicos, y las esperanzas se convertían en desesperación. Después de luchar con orgullo, cuando el final del partido ya asomaba, Ben Turner conseguía un empate que sabía a gloria en el 118'. La lotería de los penaltis se presentaba, inclemente e inevitable, en el horizonte de ambos equipos.
Se había acabado el correr detrás del balón, el detener ataques rivales y el buscar con ahínco el gol que diera la opción de levantar el ansiado trofeo, y llegaba el turno de la pura tensión. El momento en el que el corazón se dispara a pesar de que el movimiento es mínimo: 5 lanzamientos separaban al elegido (que aún estaba por determinar) de la gloria. Todo o nada para los dos bandos. El Liverpool empezó de forma preocupante, dos disparos errados para iniciar la tanda, pero respiraron con el fallo de Kenny Miller, que propició que la diferencia sólo se quedara en 1-0 después de los 4 primeros lanzamientos. Los 3 siguientes turnos del equipo de Dalglish acabaron en el fondo de las mallas, y con 2-3 en el marcador, todo pasaba por las botas de Anthony Gerrard y los guantes de Pepe Reina. Después de unos tensos segundos, el defensor del equipo galés remató a puerta, pero el balón salió desviado. El Liverpool celebraba y lo demás es historia. La historia del humilde que, a pesar de la derrota, abandonó Wembley con el orgullo intacto y la sensación del trabajo bien hecho. El equipo grande levantó el trofeo, pero el pequeño consiguió algo mucho más importante: hacer soñar a su afición durante unos mágicos 120 minutos.
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