Una semana para juzgar a Parralo
Por Rubén Pedreira
La última semana será difícilmente olvidada por Cristóbal Parralo. Más allá de la desagradable derrota frente al Real Madrid en el partido que inauguraba la segunda vuelta de la competición de liga, los últimos días en el equipo deportivista estuvieron marcados por el incidente provocado por Emre Çolak en el entrenamiento del pasado martes y, evidentemente, el resultado del encuentro contra el Levante (2-2). Ambos momentos tuvieron un fuerte calado en la atmósfera deportivista de estos días.
La primera de las cuestiones, la que atañe al conflicto entre Çolak fue resuelta por el entrenador con especial dureza, y lo cierto es que aunque recibió algunas críticas debido a que de esa manera se creó un nuevo frente abierto, a mi juicio la actitud fue correcta y demostró la personalidad adecuada. El entrenador dio un golpe sobre la mesa evidenciando que quería jugadores que antepusieran el equipo a su propio ego, y además de esa forma se erigió como el único que podía permitirse tomar una decisión en el vestuario y quien no siguiera el camino correcto tendría represalias. La decisión era arriesgada, pero no existía otra salida: permitir a Emre salirse con la suya después de un berrinche sería perder la autoridad sobre un equipo que ya de por sí parece difícil de llevar. Se reafirmó como entrenador y dejó claro que en la situación en la que está el Deportivo, más que buscar que jueguen los mejores debe buscarse que jueguen los que mentalmente estén más implicados.
Por otro lado, en el encuentro ante el Levante se vivió una auténtica montaña rusa. El encuentro empezó de manera inmejorable, con un gol de Adrián en los primeros minutos que dió motivos para creer al equipo, pero la expulsión de Borges poco después del ecuador de la primera mitad puso las cosas complicadas. No obstante, un nuevo gol anotado esta vez por Florin Andone puso las cosas más calmadas.
Durante el encuentro puede decirse que el técnico deportivista tomó decisiones adecuadas y tácticamente no deberían existir reproches graves a su labor. Gestionó el partido de manera adecuada dentro de las limitaciones que surgen de sufrir una lesión y una expulsión en los primeros 30 minutos y no le tembló el pulso al aplicar los cambios que creía necesarios. Tras la roja de Borges, viéndose con un sólo mediocentro en el campo, decidió sacar del partido a Lucas para introducir a Valverde, y lo cierto es que el cambio era el que más sentido tenía, pues permitía utilizar a Carles Gil como una especie de falso centrocampista que ofreció apoyo a la creación y a la combinación en campo rival, algo que el 7 deportivista no garantiza de la misma manera. Dejar a Lucas en el campo implicaría sacrificar a Andone, Adrián o Carles Gil. La idoneidad de este último en el partido acaba de ser comentada, la de Andone estaba fuera de toda duda ya que es el jugador en mejor forma de los últimos encuentros, y en cuanto a Adrián (aunque su partido no estuvo ni mucho menos a la altura de sus mejores días) era necesaria su presencia debido a que era el único de los jugadores de arriba con capacidad de jugar en banda izquierda de manera natural.
En este contexto, Parralo consiguió crear un encuentro en el que, a pesar de la inferioridad numérica, el equipo lograba asentarse de manera cómoda y no sufrió en la práctica totalidad de los 90 minutos. No obstante, todo aquel que siga al Depor este año sabe que cuando las cosas van bien es porque todavía no está todo dicho, y efectivamente al guión del encuentro le quedaba mucho más por ofrecer. Primero, un disparo de Ivi en el que Schär mete la cabeza de forma negligente y sólo consigue darle un toque que despista a Rubén introduciendo el balón en su propia portería hizo que el marcador reflejara un inquietante 2-1. La tensión entre los futbolistas blanquiazules se hacía latente y todo aquel que estuviera viendo el partido sabía lo que iba a pasar, incluso el más nefasto de los pitonisos podría adivinar que el Depor iba a sufrir porque en la cabeza de los 11 jugadores sólo existía el miedo y se notaba en cada movimiento. Y, como suele pasar, al final del sufrimiento llegó el empate, un empate que nace de un despiste defensivo de los que llevan condenando al equipo todo el año y que una vez más volvió a ser digno de categorías inferiores. Basta una imagen para dejarlo claro:
En esta instantánea se pueden ver varias cosas preocupantes y que explican lo que vendría segundos más tarde: Andone está en el área pequeña pero realmente ni tapa el primer palo ni realiza marcaje. Adrián está a su lado, en tierra de nadie y también sin una marca clara. Por último, lo más grave y con más fatal consecuencia, la situación de Ivi (con el número 14) en la frontal del área sin ningún jugador blanquiazul preocupándose de su presencia -véase que no hay absolutamente nadie que lo tenga dentro de un radio de acción razonable - acabó siendo la causante del gol del empate, pues el lanzador del corner vio lo evidente e hizo llegar el balón hacia él, que remató sin la más ínfima oposición. La épica levantinista se había forjado ya, y el Depor se iba un día más cabizbajo a los vestuarios sabiéndose hundido en unos puestos de descenso cuya salida es cada vez más inviable.
La semana de Parralo habría tenido, por todo lo comentado, un juicio muy positivo si el encuentro hubiese terminado antes de ese infame minuto 84 en el que Ivi sellaba un empate catastrófico para los intereses deportivistas, pero debido a la existencia de ese gol es inevitable pensar que el pozo está cada vez más cerca y los signos son cada vez más preocupantes. La llegada de Cristobal mejoró mucho las sensaciones de la época de Pepe Mel, pero hace tiempo que eso ya no es suficiente. El calendario no ayudó, pero el partido contra el Levante significó un golpe que resulta difícil de encajar y que deja aún más visible el problema de que la mente de los jugadores pasa por un momento de fragilidad extrema sin que se encuentre el remedio.
A día de hoy el Deportivo es posiblemente el equipo con menos alma de la categoría y las mejoras que se están dejando entrever en el juego de sus rivales directos no encuentran respuesta a la altura en el conjunto coruñés. La dirección deportiva del club durante lo que va de temporada fue un absoluto ridículo y no parece que las carencias de la plantilla vayan a ser en absoluto subsanadas tampoco durante este mercado. Mientras, la afición asiste a cada partido con miedo, un miedo que contagiado desde el césped se va asentando en el contexto del club como algo endémico y que avanza peligrosamente hacia la resignación de afrontar la temporada que viene en la categoría de plata del fútbol español.
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