1 jul 2023

Reflexiones a la llegada de Imanol Idiákez al Deportivo


 Por Rubén Pedreira

Esta mañana el Deportivo presentó a Imanol Idiákez como su nuevo entrenador. No lo hizo a las 19:06, como hacen los anuncios importantes, sino en el que posiblemente es el momento de la semana (dentro de un horario laboral común) de menor actividad social en las redes. Como mínimo resulta curioso, y es difícil no pensar que no signifique algo.

Lo primero que hay que decir se me hace evidente, y es que Idiákez no tiene culpa del contexto al que llega y seguramente firma con toda la ilusión del mundo pensando que puede conseguir el objetivo. Sólo es un profesional al que hicieron una oferta para continuar su carrera en un club que, visto desde fuera, es quizás el más apetecible de la categoría. Su crédito personal no debería verse perjudicado por llegar cuando llega, no sería justo.

Dicho esto, creo que también hay que decir otra cosa más importante, y es que esta decisión se toma de una manera inexplicable. Sabiendo que uno de los grandes lastres del año pasado fue el clima de guerra social, y también sabiendo que no había motivos de peso para despedir al entrenador que había conseguido la paz y el consenso tras poco más de un par de partidos en los que poco tiempo tuvo para cambiar grandes cosas, solo la negligencia explica un movimiento así. No se consiguió el objetivo que había en el campo, pero sí consiguió algo que quizás era mucho más importante: La voluntad de creer. 

Rubén de la Barrera no es el mejor entrenador de la historia, pero era el entrenador que toda persona veía indicada en la ciudad y que todo el mundo daría el crédito necesario. La decisión tomada, todavía sin explicación, consigue que ese crédito altísimo y libertad para trabajar se convierta, a día de hoy, en la ausencia total de crédito y la propensión a la beligerancia desde el primer momento en el que algo venga mal dado. A día de hoy, el deportivismo siente que le quitaron sin motivo la principal baza para creer en algo, que no era más que un director de orquesta que enseñaba los mismos ideales que lleva pidiendo la grada sin éxito durante años y que además tenía en su currículum varios éxitos alineados con los objetivos del club.

La afición no puede dirigir un club porque la afición no es un ente único con una sola opinión, pero quien dirige un club debe tener un mínimo de conciencia de lo que suponen sus decisiones. Este movimiento nos deja sin el entrenador que quería la inmensa mayoría y que además había demostrado en el pasado que tenía lo necesario, cambiándolo por un entrenador que empieza con la soga al cuello. Y es que además la decisión tendría justificación si el recién llegado fuese Guardiola, pero quien viene es una persona que nunca consiguió un ascenso y que fue despedido en sus dos últimos proyectos en España. 

Ojalá Idiákez (del que no puedo decir nada malo porque desconozco su trabajo) sea el hombre que lleve al Dépor de vuelta al fútbol profesional, como técnico no merece encontrarse un ambiente en contra porque no hizo nada malo, pero la serie de acontecimientos que lo trajo a la ciudad habla muy mal de la sensatez aplicada en el proceso. Porque, sobre todo, hay que tener en cuenta que todo esto ocurrió solo para que en el banquillo acabara alguien cuyos resultados nunca demostraron ser garantía de éxito, no alguien que tiene varias copas a sus espaldas. Ojalá en unos años estemos jugando Champions con Idiákez en el banquillo, pero lo que realmente impresiona es que hayan quitado lo único que mantenía ilusionado al deportivismo para poner a alguien cuya carrera simplemente dice que es un entrenador más. Incluso aunque termine siendo un rotundo éxito, la decisión no dejará de ser grave, porque si es un potencial genio invencible de los banquillos, hasta ahora no lo demostró y la única realidad es esa. Que nadie diga que sabía que era el mayor genio oculto del fútbol español, porque las cosas no funcionan así. Nadie podrá sacar pecho incluso logrando objetivos porque hasta si funciona no será mucho más que una feliz casualidad improvisada a costa de algo imperdonable: Traicionar los ideales y la identidad de tu grada sin motivo una vez más.

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