Orgullo y prejuicio
Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com
Llevo media temporada intentando entenderlo. Si hay un culebrón en el fútbol actual que despierta mi más absoluta incomprensión, ese es el que protagoniza Fernando Llorente. El delantero del Athletic lleva desde verano siendo un ocupante de lujo del banquillo y la grada de San Mamés, en una especie de castigo en el que pierden todos, pero probablemente sea el club el principal perjudicado.
La historia de desencuentro es ya conocida por todos. Comenzó en verano de 2012, cuando el delantero se plantó en las negociaciones para la renovación de su contrato, que expira en junio, y decidió no aceptar las condiciones ofrecidas.El futbolista tenía el punto de mira puesto en dar un salto en su carrera, y la salida del club que se lo había dado todo hasta la fecha era la única alternativa que contemplaba.
La marcha de la que hasta hace poco era la estrella indiscutible del equipo vasco llevaba tiempo gestándose. Su relación con Marcelo Bielsa nunca fue la ideal, y numerosos cantos de sirena provenientes de equipos punteros llegaban a sus oídos. Estos factores, unidos al hecho de la frustración de quedarse a las puertas del éxito la pasada campaña aún haciendo la temporada soñada fueron una bomba de relojería en la cabeza de Llorente, que buscó la rebeldía como forma de buscar otras metas en su carrera.
Es posible que el jugador se ganase a pulso la fama de mercenario. Con el club de tu vida hay conductas que no se deben tener, por mucho que lo que uno busca sea lo justo, pero a la vez hay que entender que cada uno es el dueño de su vida, y que sólo hay una. Por otro lado, el club se mostró especialmente inclemente, y desde el primer momento decidieron poner todas las trabas posibles a que el jugador consiguiese su objetivo. No hay que culparles, ya que Llorente no hizo las cosas bien y buscó dejar a sus dirigentes entre la espada y la pared, y la que se libra contra el orgullo es siempre una batalla difícil de ganar.
¿Quién tiene razón?. Es una pregunta a la que no sé contestar ni tampoco lo pretendo. Es un simple conflicto de intereses, una relación en la que las dos partes ya no se quieren, y ambos quieren hacer que el otro salga perdiendo en mayor o menor medida. El club decidió retenerle y no aceptar ninguna oferta en verano, incluso a sabiendas de que en unos meses podrá irse gratis. En este caso, el jugador tiene todas las de ganar, ya que en junio, aunque lo pase mal durante esta temporada, será libre para firmar con quien quiera, y probablemente con un sueldo considerablemente más alto al ahorrarse el dinero del traspaso. Por otra parte, el Athletic saldría muy perjudicado, perdiendo a una estrella y el dinero que podrían recaudar. Y todo a cambio de muy poco, ya que la presencia en el campo del delantero está siendo muy escasa.
Creo que en los conflictos llega un momento en el que no hay marcha atrás, y ahora es demasiado tarde para el Athletic para enmendarlo. Un don muy importante para un dirigente es el de saber cuando llega ese punto sin retorno para buscar cuanto antes una solución en la que el daño infligido sea mínimo, pero en esta ocasión no fue así. Puede ser que sea un 'castigo ejemplar', una forma de advertir a los posibles interesados en dejar tirado al equipo de que el Athletic merece un respeto, pero hablamos de una diferencia en las arcas de unos 20 millones, una cantidad que da para solucionar una temporada entera.
El mundo del fútbol profesional se convirtió en algo egoísta, y el sentimiento siempre pasa a un segundo plano. Supongo que cuando Llorente se retire se sentará en la grada de San Mamés y será un aficionado más que sienta los colores, pero el futbolista no es más que un empleado que busca mejorar sus condiciones, y el dirigente ha de saber eso y usarlo para su beneficio.
El Athletic sólo consiguió perder el dinero del traspaso de un jugador que terminará fuera de su disciplina de cualquier forma, y el jugador tiró un año a la basura, además de echar por tierra algo muy importante a nivel humano: la afición que hace poco le idolatraba ya no lo ve con los mismos ojos. Una guerra en la que ninguno de los dos bandos gana es una guerra muy mal gestionada.
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