15 jun 2012

19 días y 500 noches


Por Rubén López | ruben@futbolconpropiedad.com




Eramos dos desconocidos que siempre nos cruzábamos, aunque no solíamos saludarnos aquellas primeras e inconscientes veces. Pero estabas en demasiados sitios y tus ecos rodeaban el mundo de cualquier recién llegado a la existencia que da sus primeros pasos en un país en el que es costumbre nacional practicarte y admirarte delante de esa pantalla que todo lo ve y todo muestra. Era imposible escapar de ti, y mucho menos para una mente receptiva a acercarse a tus dominios.

Reconozco que la primera vez que te vi supe que aquello duraría para siempre, pero tardé en reconocerlo. Desconfiaba, no comprendía lo que estaba viendo pero a la vez lo disfrutaba como si aquellas bases del juego se encontrasen inconscientemente grabadas de forma hábil en mi memoria para ayudarme a caer por completo en aquella red de pases, regates y disparos tejida para enredar los sueños de cualquier joven hombre.

Como todos, quise que formases parte de mi vida, y traté de conquistarte compitiendo como uno más de la legión de enamorados que arrastras desde tempranas edades. La dificultad de hacerse contigo como acompañante de vida es atronadora y son unos pocos elegidos los que tienen el placer de conseguirte, sin que parezca importarles que practiques una extensa poligamia y estando, al contrario, agradecidos de que supieras acogerlos en tus amplia familia. En medio mundo, un niño deja de serlo cuando renuncia a ti y se conforma con verte desde fuera, admirando melancólicamente tu belleza. 

No negaré que hubo un momento en el que te vi cerca. La autoconfianza del crío con poco mundo a sus espaldas le lleva siempre a creer que está unos cuantos escalones por encima de la realidad, pero la ilusión dejó paso a la locura y la locura al cariño. Un cariño que se tiene a una relación pasada, un cariño que me lleva todavía a buscar cualquier escusa para pasar un tiempo contigo, en el césped o a través de la pantalla, y es inconcebible que un sólo día pase sin que quiera tener noticias tuyas.

Es un sentimiento extraño, que algunos demonizan por no tener la suerte de entender. Un sentimiento que hace que sólo con escuchar tu nombre dos desconocidos que algún día compitieron por llegar a ti y todavía guardan esa melancolía latente se abracen como hermanos, aunque es un fuego que también puede encender las bélicas antorchas de la rivalidad. Cuando suena tu nombre el balón hecha a rodar y empiezan tus 90 minutos de existencia, que al igual que el fénix renace eternamente en todo su esplendor para traernos nuestro placebo, que durante dos partes con su descanso nos hace sentir que todavía somos aquellos ilusos niños que soñaban con ser un día aquel elegante hombre que portaba el número 10 sobre el tapete verde del campo de nuestros recuerdos. Tanto te quería, que aún no aprendí a dejarte tras mucho más de 19 días y 500 noches.

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