9 may 2016

El último truco del mago sin chistera


 Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com

Nunca fuiste nuestro, Juan Carlos. Desde fuera, siempre se pudo ver que no eras un futbolista dentro de los tópicos, que no estabas en ese mundo por la fama y los aplausos. Nunca buscaste ser un icono de nada, pero te convirtieron en ello. No era para menos, pues la elegancia y la calidad sobre el campo unidas a la corrección fuera de él hicieron que destacases por encima del resto. Además, elegiste continuar en Coruña hasta que la cabeza aguantó, y mientras permaneciste aquí siempre diste lo mejor. Siempre transmitiste a la afición algo que los demás no hacían, y por eso te elevaron a un puesto que, se notaba, nunca quisiste debido al atentado contra tus valores que representaba. 

Sólo eras un trabajador del fútbol, un hombre más, que agradecía y correspondía el aprecio recibido pero no quería más que eso. Estoy seguro de que palabras como 'leyenda', 'mito' o 'símbolo' siempre sonaron estridentes a tu oído, por más que tuvieras que escucharlas con asiduidad. Podría asegurar también que se convirtieron en una tortura para una persona que sólo quería hacer su trabajo sin molestar a nadie, pero encontraste el gran problema de trabajar en un gremio que levanta pasiones. Eso hizo que algunos te trataran como a una posesión, olvidándose de la persona detrás del futbolista, y te reprocharan un abandono que en ningún caso debería haber sido reprochado. Las personas, a diferencia de las posesiones, vienen y van. Y cuando te marchaste sólo querías el derecho a poder ser una persona y volver a tu casa. Por eso quiero decirte lo que ya dije, que nunca fuiste nuestro, nunca fuiste un objeto. Fuiste, y eres, uno de los nuestros.

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Este fin de semana, Juan Carlos Valerón anunció que deja el fútbol, y me resulta imposible no dedicar unas palabras. Las primeras que me vinieron a la mente están escritas desde el punto de vista del seguidor del Depor que soy, un punto de vista que me llevó a observar cierta injusticia contra la figura de uno de los futbolistas más importantes de la historia reciente del club. A Valerón, algunos, le tacharon de mercenario sólo por volver a su lugar de origen, e incluso llegaron a criticar hace unos días que en su retirada no dedicase unas palabras al Depor. Yo no conozco al Mago, pero tras muchos años escuchando sus declaraciones veo evidente que lo único que buscó siempre fue la corrección, y probablemente no hubiese visto correcto ponerse a hablar de otro club cuando estaba despidiéndose delante de sus actuales compañeros y aficionados. Tras tantos años en el mundo del fútbol, sabe de las reacciones furibundas que desatan las palabras de alguien de su gremio, y sabe que igual que la no mención al Depor hizo surgir críticas desde Coruña, haberlo citado habría tenido el mismo efecto en Las Palmas. Y a día de hoy, le pese a quien le pese, se debe a ellos, y no a nosotros.

No obstante, dedicar un artículo a Juan Carlos Valerón y hablar sólo sobre opiniones de aficionados sería muy injusto. El de Arguineguín dejará un legado en el fútbol que, aunque truncado por las lesiones, no se olvidará fácilmente. Fue, durante toda su carrera, un jugador diferente, y uno de los futbolistas españoles con más calidad de las últimas décadas. Nunca jugó en uno de los grandes de Europa, nunca levantó un Mundial ni ganó un Balón de Oro, pero se ganó la admiración de todos aquellos con los que coincidió, tanto por calidad como por personalidad. Fue pieza clave en los mejores años del Depor y el socio perfecto de los dos últimos grandes goleadores de la historia del club, Makaay y Tristán teniendo mucho que ver en las consecuciones de los dos trofeos Pichichi de ambos. Dejó más de una década para el recuerdo como blanquiazul, y a pesar de los duros años de lesiones supo volver para seguir dando lecciones y erigirse incluso en uno de los timoneles a nivel estructural del club mientras el cuerpo le aguantó para desempeñar esa labor de nexo entre directiva y vestuario que en sus últimos años se volvió especialmente dura.

Con Valerón se va uno de los últimos futbolistas clásicos, de los de botas negras y pocos flashes. Un líder silencioso pero incuestionable que en el campo se preocupó siempre de ser una prolongación del entrenador. Con el Mago se va una visión de juego con difícil comparación, un último pase brillante y ese pegamento de la bota que a pesar del paso de los años nunca le abandonó con el balón en conducción. Gracias por todo, Flaco.

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