24 may 2016

La otra final del Mundial 2002



  Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com

En el verano del año 2002, el Mundial de Corea y Japón se convirtió en el primero celebrado en Asia. La historia de aquel campeonato es sobradamente conocida, con un Ronaldo resurgiendo de sus cenizas como principal protagonista y la última oportunidad hasta la fecha de ver a una canarinha verdaderamente imponente. No obstante, con motivo de aquella gran cita existió otra historia algo menos conocida y, desde luego, menos mediática. 

En aquel momento, Bután y Montserrat eran las dos selecciones que ocupaban los últimos puestos del ranking FIFA. La selección asiática nunca había conseguido ganar un partido oficial en toda su historia, mientras que Montserrat sólo había logrado dos victorias, lo que convertía a ambos conjuntos en duros competidores por el puesto de peor selección del mundo. Esta igualada disputa que ninguno de los dos quería ganar llevó a dos agentes publicitarios holandeses, unida al hecho de que su país había fracasado a la hora de clasificarse para aquel Mundial, a discurrir formas de darle mayor atractivo a un torneo en el cuál no tenian un equipo que animar. Así fue cómo surgió la idea de jugar una final complementaria el mismo día que se celebraba la oficial, pero en este caso el partido decidiría algo completamente opuesto: el dudoso honor de ser los peores del mundo estaba en juego.

La organización no fue fácil, pues desde un primer momento hubo ciertas trabas formales. El hecho de que fuesen individuos ajenos a las federaciones quienes se encargaran de llevar los trámites para su disputa hizo que existiera ciertos recelos en ambas selecciones, cuyos representantes no veían realista la idea debido a que el desplazamiento no resultaría barato para ninguna de los dos equipos, que ya de por sí tenían serios problemas para mantenerse económicamente. Además la idea de disputar un partido entre los peores del mundo no parecía una gran publicidad. No obstante, finalmente el gobierno de Montserrat aceptó financiar el viaje de su equipo nacional hasta Bután, confiando en que el partido conseguiría dar publicidad a su país, cuyo turismo se había visto seriamente perjudicado debido a la actividad volcánica de la isla, que incluso había llevado a una masiva despoblación del territorio pocos años antes.

Una vez se confirmó que habría partido, ambas selecciones se enfrascaron de lleno en su preparacion, con la percepción de que más que un amistoso era un duelo decisivo. Bután fichó incluso a un entrenador holandés de categorías amateur, Arie Schans, que viajó el último mes al país asiático para preparar intensivamente el encuentro, y en los días previos se sucedieron las entrevistas a jugadores de ambos conjuntos en las que todos se mostraban confiados de la victoria. Además, el amistoso estaba reconocido por la FIFA, y como tal debía tener un colegiado internacional. El elegido fue Steve Bennet, por aquel entonces árbitro de Premier League.

Con este atractivo panorama, llegó el gran día. En la misma fecha (30 de junio de 2002) que la final disputada por Brasil y Alemania en Yokohama, se celebró en el estadio de Changlimithang un encuentro que también fue capaz de mover  cantidades importantes de gente. No es comparable con los casi 70000 espectadores de la final oficial, pero los cerca de 20000 aficionados que se agolparon en el estadio nacional de Bután para ver el encuentro dicen mucho del ansia con la que se esperaba este duelo. Cuando sono el pitido inicial, ambas selecciones mostraron nerviosismo, sensación que se apaciguó a los cuatro minutos para el equipo local, después de que su delantero Wangay Dorji consiguiera mandar un cabezazo directo a la red defendida por el portero rival. El 1-0 se mantuvo hasta bien entrado el primer tiempo, cuando Dorji volvió a marcar, esta vez de falta directa. Este segundo gol fue insalvable para Montserrat, cuyos futbolistas se hundieron permitiendo todavía otros dos tantos más para sellar el definitivo 4-0.

El partido fue difícil para el equipo visitante, pues a la gran afluencia de afición local y el largo viaje se le sumó la altura (de más de 2000 metros sobre el nivel del mar) a la que tuvieron que jugar sin estar acostumbrados y la baja a última hora de varios jugadores por haber ingerido comida en mal estado. Nunca se sabrá si, de haber sido otro el escenario, el resultado habría cambiado, pero lo que es seguro es que aquel encuentro significó todo un evento en ambos países. Al finalizar el encuentro, y como en toda final que se precie, llegó la entrega de trofeos, que en este caso tuvo una peculiaridad: Una copa partida a la mitad fue entregada a ambos capitanes, como muestra de deportividad. De ese modo, ambos combinados tuvieron un recuerdo que llevarse a sus vitrinas de un partido que, ante todo, buscaba ser un acto de hermanamiento.

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