4 jul 2013

De qué hablo cuando hablo de sentir


Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com

Para mí, pensar y razonar siempre fue una práctica fundamental. Es la clave del movimiento del mundo, aunque gran parte de los individuos que nos rodean piensan exclusivamente en base al beneficio propio. Eso es lo que hace que actualmente la Tierra gire en torno un eje embarrado de intereses privados, aunque el planeta nos contenga como sociedad multipersonal.

Muchos hombres, dentro de ese mundo de egocentrismo, llegan a perder la noción de la realidad cuando algo no va como esperan. En un mundo tan desafortunadamente rodeado de gente con capacidad de raciocinio extraña como es el del fútbol, esto se acentúa. Mucho más aún cuando el implicado es el equipo de los amores o el rival histórico del aficionado de turno.

Isco, fichaje estrella hasta el momento del Real Madrid, lleva días envuelto en un absurdo debate sobre su sentimiento culé. Es del Barça, e incluso se descubrió algo imperdonable, que a buen seguro debería hacer que Florentino Pérez se plantee rescindir su contrato a efecto inmediato: Tiene un perro llamado Messi. Y lo que es peor, fue coherente con su sentimiento y no besó el escudo en su presentación. Inadmisible, ¿verdad?

Ironías aparte, siempre me resultó muy curioso cómo cualquier persona se puede dejar llevar por esa corriente, por el buscar que cada jugador que llega a su equipo entre en plantilla sintiendo de corazón sus colores, algo que no esa así en un abrumador porcentaje de los casos. Besar el escudo en una presentación siempre me pareció una forma estúpida y evidente de aparentar lo que uno no es.

Sentir unos colores en el fútbol es una de las tareas más complicadas que existen dentro de este deporte. Llega un día en el que, quien sabe si por casualidad o por influencia externa, nos comprometemos con un escudo, y ese se convierte para siempre en nuestra forma de vida. Ese sentimiento, que un día nos llega de forma inescrutable es, en cambio, muy complicado de reproducir.

No podemos obligar a nadie a que sienta como sentimos, y un futbolista sólo está obligado a dar lo mejor de sí mismo por el equipo que lo contrata y a no manchar su nombre. Lo mejor que puede hacer un futbolista por un escudo no es señalarlo ni besarlo, sino conribuir a engrandecerlo. Peor que la falsedad de quien aparenta lo que no tiene es la intransigencia de quien exige a otros guardar esas falsas apariencias, aunque sea una simple e inútil fachada sin nada en su interior.

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