1 mar 2013

La gallina de los huevos menguantes


 Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com

El sueño de todo hombre ambicioso y capitalista: un negocio lucrativo en el que casi todo el mundo tiene sentimientos que le llevan a no ser capaz de despegarse de él bajo ningún concepto, ni siquiera por la distancia. Un negocio en el que hay ganancias para todos y que llegan de sobra para vivir cómodamente. Eso es el fútbol.

El problema llega cuando vivir cómodamente no es suficiente, sino que se busca amasar la mayor cantidad posible de papel moneda dentro del bolsillo. Llega cuando además los encargados de manejarlo no tienen la autoridad suficiente para imponerse y les empiezan a nacer hilos de los brazos, piernas y cabeza, subiendo hasta una cruceta de madera manejada por aquellos a quienes establecieron como amos. A los poseedores del poderoso caballero.

Hay formas de subsistir con el día a día de forma apacible, sin exprimir hasta el extremo la rentabilidad de un deporte, la paciencia de los aficionados (sin los cuales no habría negocio) y el sentido común. Los que mandan no quisieron mandar, mientras que la opción de lurarse parece atractiva, y pusieron a dirigir la nave a otros que cedían el dinero a cambio de poder, sin que sus nombres aparezcan en el organigrama de la LFP.

Cada partido es un espectáculo, pero algunos de ellos van más allá, son fiestas. En el último mes, ya fueron dos las fiestas que se vinieron a menos debido a la sed de mal de esos mandatarios improvisados sin interés futbolístico alguno más allá de lo que reporta a sus arcas. Dos derbis (el vasco y el gallego) menguados por la avaricia de quien prefiere que los aficionados se queden en sus casas trasladándolos a un viernes, día laborable, debido a razones compensatorias o de dudoso gusto. Razones de gente que exige que le cedan la emisión de partidos interesantes porque habitualmente sólo tienen las migajas de la jornada, mientras quienes esperan todo un año para ver el duelo supremo de su equipo jugarse en su campo ven como los planes se van por el desagüe por culpa del poco respeto mostrado al efectuar los horarios.

Hay partidos que no son como cualquier otro. Partidos a los que hay que tratar de forma diferente, porque sus consumidores así lo esperan. Los jefes de este negocio deberían considerar si les compensa hacer que sus principales activos, los aficionados, se indignen contra su forma de proceder. Deberían, pero no les importa, porque al fin y al cabo su mandato durará un puñado de años en los que el máximo objetivo es llenar el depósito del banco, y mala suerte sería que este deporte  implosionara antes de salir del cargo. Y mientras pasan de puntillas por el día a día, en algún momento, ya sea por mala suerte o mala gestión, se encontrarán con que el apocalipsis no avisa antes de hacer acto de presencia. O, mejor dicho, avisa a su manera, pero no están pillando ni una de las señales.

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