15 feb 2013

Futbolistas de cine (III): Djalma desencadenado



Por Rubén López | rubenlopezfcp@gmail.com


Luis Bacalov - Django

Llegó de Brasil con ganas de comerse el mundo. En el fútbol de su país saboreó la completa libertad en las filas de Palmeiras, equipo en el que consiguió todos los éxitos posibles como estrella de una plantilla integrada por jugadores como Rivaldo, Cafú o Luizao. En aquel equipo se descubrió como crack, por él pasaba todo el juego de aquel exitoso conjunto y disfrutaba como nadie armando y definiendo jugadas. Su impresionante forma de destacar en el fútbol más puro del planeta le llevó a cruzar el charco, el sueño de casi todo futbolista sudamericano en busca de grandes metas, cuando fichó por el Deportivo de La Coruña. Tenía todavía mucha carrera por delante.

Sus primeros pasos por Europa fueron dados con ilusión, en un un equipo que llevaba unos años convirtiéndose en una habitual revelación liguera y viéndose dirigido por el que ya había sido entrenador del Palmeiras, Carlos Alberto Silva. El panorama parecía ideal para un jugador ambicioso, pero pronto se dio de bruces con la realidad. El fútbol español no era como el que conocía, había otro canon y unas cadenas que lo ataban a mayor rigidez táctica. El talento ya no era tan esencial.


Empezó a darse cuenta de la realidad cuando vio marcharse al técnico brasileño transcurridas tan sólo 6 jornadas de competición, después de un desastroso inicio. Aquello era un territorio complicado para alguien que se sabía superior siempre que tenía el balón en los pies. Djalminha no quería que le dijeran cómo colocarse, quería tener la bola y manejarla a su antojo, ya que él era la estrella y el resto debían saberlo. Su habilidad y su carácter estuvieron siempre fuera de lo controlable, haciéndole ambas características capaz de lo mejor y, en algunas ocasiones, también de lo peor.

Se convirtió en un animal competitivo, que a veces caía en el pecado de ir a la guerra por su cuenta, pero que en el fondo sabía que su éxito residía en conseguir arrimar el hombro para funcionar como equipo. Destacó en su época como uno de los mayores talentos en bruto que el fútbol había visto a lo largo de su historia y tenía un don tan sobrecogedor que ni él mismo era capaz de controlarlo. Su superioridad le llevó a serlo todo y a la vez no saber mantenerlo. Se liberó de las cadenas que los técnicos siempre quisieron imponerle mientras él se rebelaba a la rigidez y la disciplina. Su fútbol no estaba hecho para ponerle límites, era pura magia y la magia ha de salir libremente de quien la crea.

Viendo sólo un rato de alguno de sus mejores partidos podemos darnos cuenta de qué clase de jugador era. Un futbolista irrepetible, cuya forma de jugar no se entendía sin el espectáculo. Esa clase de espectáculo que sólo consigue el que confía en sus exageradas condiciones, no la suerte de enlazar unas cuantas acciones meritorias que creen un vídeo de Youtube listo para embaucar a los directores deportivos más incautos. Lo que Djalma hacía era puro, sin engaños. Ofrecía algo que le salía de dentro y quién lo veía sonreía de incredulidad, porque en cada partido disfrutaba y hacía disfrutar. 

Djalminha en Fiebre Maldini

Que se retirase sin conseguir una nominación al Balón de Oro, con tan sólo 14 internacionalidades y, sobre todo, sin marcar una época más allá de los corazones de los deportivistas que lo recordamos como un mito no se entendería sin valorar su temperamento. Un temperamento que le llevaba a recibir expulsiones con mayor frecuencia de lo que un atacante debería o a cabecear a su entrenador y comenzar de esa forma su declive como futbolista.

Puede que no aparezca en los libros de historia básica, que no tenga las vitrinas repletas de trofeos individuales y que no supiera rentabilizar su talento, pero puede consolarse con que fue capaz de convertirse en una leyenda en un pequeño lugar que todavía recuerda su figura cada vez que alguien lleva el número 8 en Riazor. Un aprecio que, a pesar de su personalidad, sabemos que es mutuo. Siempre podremos especular con qué habría podido pasar si su caracter fuese otro, pero una cosa sería segura: sin él, este jugador nunca habría sido nuestro Djalma.


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